
No te vi, te reconocí
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Annotation
Una serie de sueños extraños e inexplicables conducen a Micaela Andrade a leerse las cartas del Tarot. Sin creer en poderes sobrenaturales y presionada por su mejor amiga, recita un hechizo. Un accidente tiene como consecuencia que el sueño de Micaela se materialice y tome forma; forma de un cuerpo atractivo, rasgos perfectos y cierta obsesión con el reciclaje. Diego Dávila le demostrará que el amor es una magia distinta, sin trucos, que es algo que puede volverse realidad. Cuando el destino se empeña en unir a dos almas que trascienden en el tiempo ya nada vuelve a ser igual. Pero, ¿qué pasa cuando las mentiras oscurecen tu corazón y el pasado regresa para revolverlo todo? En medio del diluvio, el amor y el perdón podrían ser suficientes para no destruir la magia.
Por el bien de las vacas
―Micaela, Micaela soy yo... Por favor, ven... ―escuchó su nombre a lo lejos, en un susurro, un susurro que pronto se hizo más fuerte, más real, y la bruma la envolvió.
Se encontraba sentada en un banco echo de troncos, con vista a la playa, desde su posición podía escuchar el sonido de las olas romper en la orilla. Era de noche y la brisa suave y cálida alborotaba su cabello. Vio a los lados, no había nadie, solo la inmensidad del mar. No tenía miedo, ya había estado allí, pero un sentimiento de espera la embargó; no era una espera normal, estaba mezclada con mucha nostalgia.
De pronto sucedió... supo que él estaba allí. Su corazón comenzó a latir más fuerte y todos sus sentidos se pusieron en alerta.
Sintió una caricia suave por su espalda, cerró los ojos y agudizó sus sentidos… el toque se asemejaba al calor de un abrazo viejo. Entonces, algo arropó su alma y se dejó llevar por ese sentimiento. Estaba ahí con ella y no existía nada en el mundo más maravilloso que eso. Era algo que trascendía la edad, la materia, la raza, las distancias.
***
Los primeros rayos de sol comenzaron a asomarse en su habitación, se revolvió en la cama sin querer despertar todavía, estaba en esa etapa entre dormida y despierta y solo los vagos recuerdos de un sueño llegaron a su cabeza.
Ojos azules, cabello castaño oscuro, la palabra «destino» en un susurro, y esa boca...
Dios, esa boca.
El sol seguía insistiendo por el pequeño espacio que quedaba entre la cortina y el marco, pero ella no estaba dispuesta a abrir los ojos y siguió esforzándose un poco más para recordar, quería algo que le diera una pista de ese rostro. Él, se aparecía cuando quería, invadía sus sueños y a veces hasta conversaban; recordaba su risa, el olor a brisa marina, se le erizaba el vello del cuerpo cuando lograba enfocar su boca. Tenía la certeza de que sus ojos eran tan azules y profundos como el mar.
Ja, un príncipe sin rostro. Se burló la vocecita malvada de su cabeza, y ella resopló bajito porque sabía que era cierto.
Tocaron a la puerta de su habitación y rápidamente se cubrió la cara con la sábana, no contestó. Abrieron la puerta despacio y de igual manera entraron sin invitación. Puso los ojos en blanco; la intrusa que solo quería molestarla tan temprano se colocó frente a la cama y ella pudo sentir su mirada cuestionándola. Sabía que su día estaba por comenzar en 3... 2... 1.
―¡Oh, vamos, despierta ya! ―gritó con emoción mientras abría las cortinas de golpe, toda la luz entró de repente. Se lanzó en la cama y cayó justo al lado de Micaela―. Sé que estás fingiendo, y que te estás riendo. ¡Vamos, el día está espectacular, amaneció despejado y no hay ni una nube!
Demonios, siempre lo logra.
Abrió los ojos y se incorporó en la cama mientras le lanzaba una mirada de reojo, comprobó que su amiga ya estaba vestida y lista para salir. Estiró los brazos y se desperezó un poco.
―Celeste, ¿quién en su sano juicio se levanta tan temprano un domingo?
―Pues la gente normal como yo. ―Se echó a reír―. Además, tengo tanta hambre que podría comerme una vaca entera. ¡Vamos, apúrate! ¿Quieres ser la causante de la extinción de las vacas en el mundo?
Micaela se asomó a la ventana y vio que la nueva chica del tiempo tenía razón. No, no por lo de la extinción de las vacas, aunque todavía no comprendía cómo es que Celeste comía tanto y se mantenía así de flaca. Le pareció que el día estaba realmente hermoso, quizás no sería tan malo despertar temprano un domingo. Caminó hasta el armario sonriendo, lo abrió y escogió la ropa que iba a ponerse.
―¿Y entonces? ¿Tuviste sueños pasionales anoche? ―Soltó Celeste detrás de la puerta, como si fuera algo de lo más normal.
―No son sueños pasionales. ―Se defendió Micaela desde el cuarto de baño, escuchó como Celeste se carcajeaba.
―Ya, como sea. ¿Soñaste? ¿Le viste la cara?
―Sí, soñé de nuevo, pero vi lo mismo de siempre, no hay nada nuevo que contar.
―Es increíble lo seguido que sueñas con él. ¿No hay nadie que hayas visto alguna vez que se te parezca? No sé, alguien que haya ido a tu trabajo, alguien de la universidad… ¿Quizás alguien de la televisión? A veces nuestra mente nos juega sucio, aunque mi teoría de las almas gemelas sigue en pie.
―No, no lo asocio con nadie conocido. No tengo idea de porqué sueño con él una y otra vez, pero ya te dije que no creo en tu teoría de las “almas gemelas”. Y no puedo compararlo con nadie porque recuerda que no he visto nunca su cara.
―Pues, yo sí creo que hay alguien destinado en la vida para cada una de las personas. En algún lugar del mundo debe estar mi media naranja ―dijo suspirando―. Solo hay que esperar que el destino se confabule a nuestro favor.
Micaela la observó mientras se sentaba en la orilla de la cama, seguro esperaría a que ella terminara de vestirse. La palabra «destino» llamó su atención, justo estaba pensando en eso hasta que Celeste entró en su habitación, pero no, Micaela no creía en esas cosas.
Tal vez si había una media naranja en el mundo para mí y alguien hizo un jugo con ella, porque hasta el momento no he encontrado al correcto.
Cogió unas medias de la segunda gaveta de su armario, debajo de ellas estaba un par de color naranja que había comprado hace unos meses, reprimió la risa y las lanzó en dirección hacia donde está sentada Celeste.
―Allí está tu media naranja.
Celeste se levantó, se apoyó en una pierna, colocó los brazos en jarra y rodó los ojos, pero luego soltó una sonora carcajada que hizo reír a Micaela.
―Diez minutos, nena, o acabo con las vacas ―dijo, devolviéndome las medias, y salió de la habitación sin cerrar la puerta.
Micaela puso los ojos en blanco y decidió que se seguiría arreglándome para salir.
Trampa
Celeste y Micaela se habían conocido en primer año de secundaria. Desde el primer día congeniaron y poco a poco se hicieron uña y mugre, amigas inseparables, o como ellas mismas se nombraban: «Como la oreo y su cremita».
Habían compartido muchísimas cosas: momentos de locura, de felicidad, despechos, tristezas y borracheras. Actualmente compartían un apartamento que decidieron alquilar para poder independizarse, apenas se graduaron de la secundaria quisieron vivir como verdaderas universitarias: comenzar los dieciocho sin tanto toque de queda y reglas por parte de sus padres. Compraron poco a poco cosas para el apartamento, al principio fue difícil porque no tenían nevera, la televisión era confiscada ―de casa de sus padres―, «los martes lavas tú», «a mí no me gusta lavar los platos», «los domingos se pide pizza», «se puede invitar amigos, poner música fuerte y está todo permitido, descontrol full», «ah, pero eso sí, sexo con desconocidos afuera», si es que llegaba el caso, ni