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La reina perdida

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Annotation

Rhainys Luminae era su nombre, princesa de Venintus era su título. Su vida había cambiado completamente debido a la guerra y la desesperación. Fue gracias a la conspiración obsesiva de su padre, el rey, que había perdido a su madre en un misterioso accidente que no comprendía del todo, intentando salvarlo. Su libertad había sido cambiada por el beneficio político y su esposo la había comprado sin tener la intención de reclamarla nunca. No había un lugar al que pudiera llamar hogar y sus días estaban destinados al desprecio, hasta que la luz en su interior comenzó a surgir y de pronto su poder se hizo el deseo primordial de todos los reinos. Ahora, solo necesitaba usarlo en su beneficio. Erendel Nessa era su nombre, rey de Voramir era su papel. La vida de su padre le había sido arrebatada en los escarnios de la guerra. Había perdido más que su orgullo y sus tierras a manos de un rey despreciable que los había engañado a todos para poder derrocar su poder. Ese hombre, era el padre de la mujer con la que había aceptado casarse y aunque había deseado lastimarla como método de justicia, descubrir los poderes que ella poseía para poder utilizarlos a su favor, parecía mucho más beneficioso para su reino. Lograría controlarla y usarla, de la forma que fuera, así eso requiriera enamorarla en el proceso.

1. Conoceré a mi esposo

RhainysNo recordaba la última vez que su padre la había llamado al salón central del castillo, al menos no desde la muerte de su madre. Los salones, habitaciones y espacios formales del que llamaba su hogar, se desdibujaron lentamente con el pasar de los años. No le interesaba recordar información innecesaria, porque no había forma de que su progenitor le permitiera pasear por rincones en los que pudiera encontrarse con sus aliados de guerra.Se suponía que una señorita y sobre todo una princesa, solo podía acudir a espacios formales del palacio, pero ella se aburría en la monotonía de aquellas áreas vacías o prohibidas, por lo que la cocina y el salón de los sirvientes había terminado siendo su segundo hogar. Era allí, donde las amistades que todavía persistían en su vida, se habían desarrollado.-No tardes demasiado -insistió su criada caminando a toda velocidad mientras levantaba su falda -sabes bien que al rey no le agrada esperar.-Estoy caminando lo más rápido que puedo sin correr -se quejó ella con enojo -y supongo que el rey puede esperar a su única hija. Dudo mucho que después de tantos años quiera verme para darme un dulce abrazo, así que no me apresuraré a enfrentarlo.-Es tu padre, pero en el salón del trono es tu rey -insistió su criada -y no puedes hacerlo esperar. Mueve más rápido las piernas.-Una señorita del palacio no puede correr el público -afirmó ella volteando los ojos con fastidio -considero que podría ser una buena excusa, incluso para el rey.-Al rey no le importan las normas de sociedad de las mujeres, Rhainys -le dijo su criada con fuerza -solo debemos llegar a tiempo. ¿No tienes curiosidad?Y la verdad era que ella sí sentía curiosidad. Su padre se había negado a verla desde que su madre había fallecido diez años atrás, y aunque ella había intentado consolarlo en los momentos más duros del duelo, él la había rechazado en cada ocasión. Al inicio había creído que solo intentaba disfrutar de la soledad que necesitaba para poder procesar la pérdida de la mujer que había amado, pero con el tiempo comprendió que su padre ya no volvería a verla del mismo modo. Ya no la miraba, siquiera.Su amado y cariñoso padre se había transformado en un ser duro, amargado y despreciable que estaba dispuesto a ignorarla, relegándola a las habitaciones del castillo que nadie más visitaba. No volvió a sonreír con él, no volvieron a compartir sus vidas y él no volvió a verla como su amada y única hija, sino como un objeto que podía ser usado para beneficiarse en la guerra. El único objetivo de vida que le había quedado a su progenitor.La puerta del salón del trono estaba custodiada por los mismos guardias que había visto desde las esquinas de los pasillos. Ellos asintieron al verla llegar y abrieron las inmensas puertas, anunciándola a su padre.-Rhainys, hasta que por fin llegas -dijo el rey desde la mesa colocada en el centro del salón mientras ella bajaba las escaleras para acercarse -te he estado esperando desde hace demasiado. Es una ofensa grave hacer esperar al rey, ¿acaso no lo sabes, niña? ¿Tu amada sirvienta no te lo ha enseñado?-Por supuesto que sí, padre -replicó ella con firmeza -ha sido perfecta a lo largo de los años y no tengo quejas sobre ella. Su comportamiento ha sido…-¡Suficiente! -gritó su padre interrumpiéndola -no me importan las alabanzas que quieras hacerle a una plebeya cualquiera. No te traje aquí para eso.El rostro del rey se mostraba rojo y severo, las únicas emociones que le había visto trasmitir desde que era niña. Los ojos azules que alguna vez habían estado llenos de brillo, ahora eran opacos y cínicos, pero la imagen sucia y desgarbada que mostraba su padre, era lo que más la impresionaba.Se mantuvo callada desde ese instante, en las dos ocasiones anteriores en las que había estado en una situación parecida con el rey, había terminado con moretones en todo el cuerpo y un dolor insufrible que no deseaba volver a experimentar.-¿Para qué me has traído aquí, mi rey? -preguntó ella intentando sonar sumisa.La ruda sujeción que sentió en el brazo y el duro jalón que hizo trastabillar su cuerpo, le hizo comprender que no había logrado sonar tan sumisa como creía.-¿Ves esos mapas en la mesa, Rhainys? -preguntó su padre con ira en la voz -¿sabes lo que son?-Son los mapas que muestran las tierras del reino -señaló ella el plano central de la imagen -junto a las tierras vecinas, aquellos lugares que no son gobernados por ti.-Muy bien -masculló su padre -¿y sabes qué lugar es este?El rey señalaba un espacio en el mapa que conocía muy bien. Eran las tierras de la última conquista, aquella por las que su padre había peleado hace tantos años atrás y había perdido y recuperado en incontables ocasiones. Las tierras malditas que habían ganado a costa de la vida de su madre.-Voramir -anunció ella con voz plana -el reino caído.Ella usó el apodo que se la había asignado a aquellas tierras luego de perder la guerra.-¡El reino caído! -gritó su padre derribando todas las piezas que estaban en la mesa con un golpe -el m*ld*t* reino de tu esposo, el príncipe que jamás debió reinar.-Y nunca lo hará -afirmó ella con simpleza e inocencia.Su padre la miró con tanto odio en ese momento que creyó que los golpes por fin llegarían, pero volvió a moverla con más fuerza de la necesaria para acercarla a él.-Te casé con el hijo de ese rey insignificante para poder engañarlos -le dijo el rey con intensidad sin dejar de apretar el agarre que mantenía en su brazo -para poder infiltrarme en su territorio, ganarles desde el interior. Y eso fue lo que ocurrió, derribamos sus defensas para poder matar al rey personalmente, haciendo caer el imperio que estaban construyendo. Se suponía que nunca más volverían a alzarse, que ya no serían un obstác*l* en mis planes, pero tu obstinado y despreciable esposo está logrando lo que su padre no pudo.Ella observó a su padre con miedo, debido a la ira tan intensa que mostraba al hablar de aquel hombre que ni siquiera conocía.-No entiendo qué tiene que ver eso conmigo -musitó ella alejándose un paso.-Es tu m*ld*t* esposo -gritó su padre sin verla directamente.El primer golpe que sintió fue en la espalda, seguido de muchos más en el resto de su cuerpo. No gritó, sería mucho peor si hacía un solo sonido, solo tenía que aguantar el dolor como siempre lo hacía. Se sorprendió de que su padre no la abofeteara, porque era lo primero que solía hacer, no en esa ocasión, sin embargo. El dolor estallaba en sus terminaciones nerviosas y las lágrimas amenazaron con escapar, pero él se detuvo.-No dejaré que nadie me robe la victoria -dijo su padre con falsa suavidad -irás a Voramir para vivir con tu esposo y allí lo asesinarás. No importa cómo lo hagas, pero será mejor que lo logres, porque si no lo haces, te mataré a ti. Ahora vete, no quiero verte más.Se levantó lentamente, su cuerpo dolía con fuerza. Asintió a las palabras de su padre y se retiró del salón del trono con toda la velocidad que fue capaz. Su criada la esperaba en el exterior.La mujer se acercó con premura al verla caminar con dolor y las lágrimas escaparon de sus ojos por fin.-¿Qué sucedió, mi princesa? -le preguntó con dulzura.-Conoceré a mi esposo -sentenció ella y los ojos de su criada se llenaron de terror.-Pero no puede ir a Voramir -negó la criada -hemos perdido la guerra. Voramir, es de nuevo un reino libre.֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎Su padre la había entregado a una procesión digna de una princesa. Carruajes llenos de baúles con vestidos costosos y telas de seda, collares que nunca en su vida había visto. Era un despliegue innecesario de lujos que no había podido experimentar en el palacio, pero que ahora debía fingir poseer. Sin embargo, no le había importado llevar todo lo que padre le había dejado, mientras le permitieran llevar todas las pertenencias de su madre.Llegar a Voramir fue complicado, las secuelas de años de guerra se mostraban con claridad en la precariedad de las propiedades que atravesaban. Su corazón se sintió golpeado y un frío miedo se fue filtrando bajo su piel por las reacciones que encontraría al ver por fin, a un esposo que no conocía, que jamás había deseado conocer.Fue en el instante en el que la puerta del carruaje se abrió que conoció la petrificación, producto de un profundo terror. Estaba asustada de encontrar a un hombre tan despiadado como su padre, un golpeador que le hiciera la vida imposible.-Rhainys Luminae, princesa de Venintus -fue anunciada en la entrada del castillo de Voramir.Bajó del carruaje sin ayuda y observó a las personas a su alrededor.La miraban con una mezcla de ira, desagrado, desdén y malicia, que la hizo estremecer. Sus piernas comenzaron a temblar mientras le rogaba a la diosa de la luz que su esposo no fuera una representación en carne de las emociones de aquel pueblo, porque su esperanza de vida no sería muy larga.-Nos conocemos al fin -escuchó la voz profunda y más sensual que alguna vez hubiera escuchado.Buscó con la mirada la procedencia del sonido para encontrarse con un hombre alto y masculino en las escaleras del palacio junto a dos guardias que llevaban el viejo escudo de Voramir en sus trajes.No reconoció a su esposo hasta que fue presentado.-Yo soy Erendel Nessa, rey de Voramir -se presentó el mismo hombre que había capturado su atención -tu esposo.No pudo decir nada porque él no la recibía con alegría, se sentía más como una carga de la que deseaba desentenderse. Ambos se evaluaron con intensidad, sus ojos lo recorrieron mientras él hacía lo mismo. Intentó mantenerse impasible bajo la mirada escrutadora que recibía, deseaba tanto poder conocer los pensamientos de su esposo, pero eso era imposible. Se conformó con deleitarse con la imagen sensual que él imponía.Era alto y musculoso, sus ojos eran oscuros y sinceros, su rostro no podía describirse de otro modo que no fuera atractivo. Su cuerpo era el de un guerrero: esbelto, formado y definido en cada superficie. El pelo oscuro ondeaba sobre su frente mientras sus labios llamaban su atención con fuerza. No había absolutamente nada que pudiera encontrar en ese momento, que la hiciera rechazar la atracción intensa que sentía por el rey de Voramir.-Es un placer que conocerlo en este día, majestad -musitó ella intentando hacer una reverencia.Esperó una respuesta amable, pero se equivocó completamente al imaginarlo. Los ojos del rey se llenaron de una extraña y aguda aversión que no pudo comprender.-Sígueme -ordenó él luego de varios segundos -es momento de que conozcas lo que será tu vida a partir de este día.No recorrió el castillo, no se le dijo cuáles serían sus deberes, nadie le dio una cálida bienvenida y mucho menos la hicieron sentir cómoda en aquel palacio que era tan lúgubre coma gente que vivía allí.Siguió al rey hasta un salón que parecía ser una zona de estudios cercana a la biblioteca, o eso suponía que era la habitación que solo pudo vislumbrar, para encontrar a una mujer de vestido largo en medio de aquel espacio.-Aquí la tienes Elvina -dijo el rey a la mujer con un tono oculto de desagrado -encárgate de indicarle lo que necesita, alguien más hará el resto.Y con esas heladas palabras el rey la dejó sola con aquella mujer.Su pecho se llenó de un extraño frío que la llenó de rencor e ira. Ella no había pedido casarse, no había pedido mudarse y era su padre quien la había controlado hasta ese día. No se merecía el trato despectivo de aquel pueblo a pesar de que fuera su progenitor hubiera iniciado una guerra que nadie deseaba.La mujer llamada Elvina la observaba con atención en el mismo lugar, sus ojos estaban llenos de una curiosidad intensa.-Es un placer conocerte, princesa -le dijo la mujer con una extraña sonrisa -a partir de hoy entrenarás conmigo. Espero que mis conocimientos sean bastos y necesarios para poder llevar tus habilidades al tope de su potencial.No se quejó del uso de su viejo título, porque no estaba segura de que la llamaran reina en aquellas tierras. Si nadie la aceptaba, sería la princesa Venintus y nada más, una forastera eterna.-¿Quién eres tú? -preguntó ella con cuidado.-Elvina, hechicera natural -se presentó la mujer con simpleza -nos encargaremos de tus habilidades mágicas a partir de hoy. Te convertiré en alguien excepcional.Ella solo pudo asentir, no comprendía de qué habilidades hablaba aquella hechicera ni de donde venían sus suposiciones, pero Rhainys no poseía ningún poder mágico. Su padre nunca lo había mencionado y estaba segura de que lo habría usado en su beneficio. Claro que, si esa era la razón por lo que la aceptaban en aquel palacio, no se atrevería a negarlo. Estaba segura de que, si no tenía ninguna utilidad en aquellas tierras, no dudarían en ejecutarla. Sería mejor protegerse.Unas horas más tarde, un guardia del palacio la llevó a una habitación en donde sus pertenencias fueron dejadas. No se le había asignado ninguna doncella y ella supo que aquello era una ofensa profunda y personal. Era sabido que siempre que una princesa o dama llegaba a un nuevo hogar, se le debía asignar una doncella de la corte que la ayudara a adaptarse a las nuevas costumbres que se volverían su nueva familia, pero ella no podría llamar a aquella gente su familia ni acostumbrarse a ellos.֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎֎A partir de ese día, su vida se volvió una rutina parecida a la que había vivido en Venintus. Había lugares permitidos, espacios en los que jamás debía poner un pie y personas con las que no podía cruzarse. Su esposo la ignoraba siempre que podía, todo sirviente en el palacio la trataba con desprecio y rechazaban sus intentos de amabilidad.Ella, sin embargo, se dedicó a educarse en la historia y sociedad de Voramir con los libros disponibles en la biblioteca al mismo tiempo que Elvina la agotaba día a día con las clases mágicas que no parecían surtir efecto. Cuatro años pasaron como una especie de velo que solo mantenía sus sentidos apagados, encargándose de sus propios quehaceres a falta de un sirviente que la ayudara con aquellos menesteres.Fue en una tarde cualquiera, que distraída fue a encargarse de lavar su ropa. Y en la soledad del rio se encontró con una doncella vestida de negro que la miraba con cinismo. Fue un insólito escenario, pero no la alertó.-El rey deseaba verla, princesa -fue el anuncio de aquella mujer de voz dulce -sígame, por favor.La amabilidad debió haber sido una advertencia.Se alejaron caminando por el bosque, ella no hizo preguntas, había aprendido a no hacerlas en aquel lugar. Y a pesar de sentir que estaba sucediendo algo extraño, siguió caminando sin detenerse.En medio de un pequeño claro en los alrededores del bosque, la doncella se acercó con una sonrisa mientras su mano salía del bolsillo de la falda de su vestido empuñando una daga. No pudo gritar, sus pies se movieron por voluntad propia antes de que el pánico la golpeara.

2. Ataque a la doncella

RhainysCorrer fue en lo único que pudo pensar y sus pies se movieron con rapidez, acostumbrados a un sentido que había tenido que desarrollar a lo largo de los años. Su instinto de supervivencia había llegado a un límite increíble en el que evitaba situaciones incómodas o potencialmente peligrosas con una sola mirada. No se detuvo en ningún momento, los árboles y arbustos pasaban a su lado como un borrón, lo importante en ese momento, era no detenerse.Sin embargo, su suerte era la esperada y en algún bache del camino de tierra que seguía para poder regresar al castillo, tropezó y cayó con fuerza. Los pasos siguieron acercándose en la persecución, pero no pudo volver a ponerse de pie. Su vestido estaba enredado en sus tobillos, uno de los cuales dolía como nunca, sus manos estaban raspadas y se había golpeado el rostro en la caída. Se sentía como un gran moretón, aunque se mantuvo en guardia, buscando alguna piedra que pudiera usar como arma.-Creí que

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