"La millonaria debe morir"
- Genre: Billionaire/CEO
- Author: Edgar Romero
- Chapters: 129
- Status: Completed
- Age Rating: 18+
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- ⭐ 7.5
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Annotation
Un marido es acusado de querer matar a su esposa millonaria y de buscar apoderarse de la fortuna familiar, aplicándole un terrible y criminal golpe en la cabeza que deja a la mujer en coma y luego provocándole una severa amnesia. Poderosas mafias, incluso su propio primo, presidente del país, intentan, entonces, aprovechando la amnesia de la millonaria, apoderarse del imperio de los Cmikiewicz poniendo en riesgo, incluso, a las cuatro hijas de la pareja. La orden de los corruptos es drástica y fatídica: "La millonaria debe morir", iniciándose, entonces, una implacable persecución a la mujer para sacarla del camino y consumar, así, sus pérfidos planes para repartirse la inmensa fortuna. Una historia de romance y suspenso, intriga y amor, en medio de un inmenso imperio económico. Encontramos traiciones y muertes y contratos de matrimonio, hipotecando la felicidad y toda suerte de avatares en una novela completa apasionante, diferente y emocionante de principio a fin, defendiendo al amor. No solo la mafia enquistada en el poder intentará eliminarse de la millonaria, sino que dentro del grupo económico habrán traiciones de su propia gente de confianza, tratando de acabar con el imperio que ella heredó de su padre. Ese es el argumento, justamente, de ésta novela "La millonaria debe morir", un relato intenso, apasionado, con mucho suspenso, intriga y acción, todo enmarcado en el amor que siente la mujer por su marido, sospechoso de querer matarla, y que atrapará al lector de principio a fin. Una novela audaz y fuerte con las dosis de romance, amor, pasión, emociones fuertes, celos, contratos ilícitos y también humor. Mafias enquistadas en el poder, se enfrentarán entonces al amor, por conseguir la fortuna de la mujer, una empresaria de mucho éxito mundial. La millonaria luchará contra su propia amnesia, tratando de salvar el amor que aún siente por su marido pese a que intentó matarla, el cariño por sus hijas y su propia felicidad. El marido, entretanto, intentará evadir a la justicia que lo persigue acusándolo de intento de asesinato, ayudado por quien supuestamente es su amante y es nada menos que ¡¡¡hermana de la millonaria!!! ¿Habrá un final feliz en esta apasionante novela?
Chapter 1
Cuando desperté vi los ojitos llorosos de dos de mis hijas, las gemelas, con sus caritas pintadas de alegría, muy efusivas, estirando sus sonrisas y las lágrimas chorreando por sus mejillas como cascadas. ¿Por qué tan emocionadas? pensé en ese momento que me sentía desvalida, exánime, tumbada en la almohada, parpadeando con mucha dificultad. Estaba mareada y me picaba mucho un brazo. Me dolía la cabeza y traté de empinarme.
-No mamá, aún no-, me dijo Dalila. Puso sus manitas en mis clavículas y me aprisionó en la almohada. Recién vi la botella de suero y me di cuenta que estaba en una clínica. Todo era blanco, el olorcito a fármacos se me metió en las narices con su fragancia amarga y pasó una enfermera de prisa, jalando un carrito.
-Yesi debe dormir, no la fuercen demasiado-, decía ella sin mirar a nadie, siguiendo de largo, como un espectro que se llevaba el viento. Eso me pareció.
-Papá dijo que vendría más tarde-, no dejaba de llorar Flavia.
¿Papá? ¿Tu papá? ¿Mi esposo, entonces?, empecé a martillar mi cabeza. No sabía qué pasaba en realidad. No recordaba nada. ¿Por qué estoy en la cama y qué me había pasado?
Traté de hablar pero Dalila no me dejó. Puso su dedito en mi boca.
-Después, mamá. Ahora duerme. Lo importante es que ya saliste del coma-, murmuró acomodando las cobijas.
Ahora sí que eso era extraño. ¿Estuve en coma? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo? seguí con la metralla de preguntas estallando como relámpagos dentro de mis sesos. ¿Qué es lo que me había pasado? volví hacer fuerzas para levantarme pero esta vez Dalila y Flavia no me dejaron.
-Vuelve a dormir a mamá-, me suplicaron.
Yo no tenía fuerzas. Me sentía mareada, desvalida, me pesaba la cabeza y mis parpados resbalaban a mis ojos como un telón. No quise seguir batallando contra ese vacío que me aplastaba igual a una prensa y cerré mis ojos y me quedé dormida.
Al despertar otra vez, creo una o dos horas después, estaba el médico palpando mi frente, mi pecho, abriéndome la boca. Lo reconocí. Era amigo de mi padre. Me atendía desde adolescente. Ahora tenía los mostachos grandes. ¿Qué había pasado?
-Estás muy bien Yesenia, creo que has superado el coma-, me dijo solemne, aunque arrugando la boca.
Espere, espere, espere, ¿Yesenia? ¿Me llamo Yesenia? ¿Ese es mi nombre? Me aterré. No lo recordaba.
-Disculpe, doctor, ¿acaso me llamo Yesenia?-, le pregunté.
El médico arrugó la frente. -Sí. Yesenia Cmikiewicz-, subrayó mirándome detenidamente los ojos.
Eso fue lo más raro de todo. No sabía cómo me llamaba. Traté de buscar mi nombre en mi mente sumergida en un tsunami de sentimientos, emociones, imágenes descoloridas, gritos destemplados y un aserradero trabajando a todo tren, y no había nada. Mi subconsciente me reclamaba que yo no me llamaba Yesenia, pero en realidad ignoraba mi nombre. Estaba demasiado confundida.
-¿Está seguro, doctor?-, insistí.
-Claro, Yesi. El golpe te afectó mucho-, me aclaró el médico.
No recordaba nada. Todo estaba en blanco, en realidad. No sabía mi nombre, mi apellido, mi edad, ignoraba si estaba casada, o como demonios había terminado en esa cama. Tampoco sabía el nombre del médico por más que escarbaba en mis escasos recuerdos. Solo habían luces, un carro moderno, una PC prendida, un sujeto de bigotes y una mujer rubia riéndose de no sé qué.
-¿Usted cómo se llama?-, le pregunté al médico.
-Doctor Abraham Masnik-, me dijo alzándose y anotando una serie de cosas en su tablet.
¿Masnik? ¿Masnik? No, no, no lo recordaba. Lo que sí evocaba era que me atendía de adolescente y se reía con mi padre, festejando mis ocurrencias. Pero no podía reconocer el entorno que me rodeaba. Habían muchos juguetes, casas de muñecas y tenía mis manitos embarradas de chocolate.
Flavia y Dalila llegaron de nuevo, tumbando la puerta, dando brincos, apuradas, y me abrazaron y colmaron de besos. Son gemelas y a la gente le es difícil reconocerlas, eso recuerdo. Pero para mí me era muy fácil reconocerlas por los ojitos. Flavia los tiene muy dulces y románticos y Dalila serios y resolutos. Pero después son idénticas en todo. Carácter, pelos lacios, el mismo números de pecas y hasta las mismas risotadas y sus vocecitas musicales como fanfarrias coquetas y atildadas de sensualidad.
Sin embargo, recordaba que tenía otras dos hijas, mayores por cinco años a las gemelas, tan divertidas y dulces como ellas. Pero no estaban. ¿Por qué no estaban? No recordaba ni sus nombres. Eso me hacía llorar. Quería ver a mis otras dos niñas, pero jamás estaban, ni recordaba sus nombres, ni cómo eran.
-En un par de días te irás a casa, mamá-, me anunció Dalila.
¿Dónde vivo? ¿con quién vivo? No me acordaba de eso tampoco. No podía imaginar nada. En mi mente abría puertas y no encontraba, siquiera, un rasgo, una letra, un recuerdo o un rostro. Lo que habían eran muchas luces y fogonazos petardeando delante de mis ojos, haciéndome parpadear a todo momento.
-¿Y tu padre? ¿Por qué no viene?-, recordé lo que me había dicho Flavia.
-Todos están preocupados por los contratos con la naviera asiática que hará los nuevos cruceros-, me informó Dalila.
- ¿Uh? ¿un astillero? ¿de quién?-, pregunté.
Flavia y Dalila rieron las dos. -El astillero es tuyo, todo el Grupo Flawars es tuyo, mamá-, siguieron riéndose mis hijas.
No me cabía en mi cabeza lo del Grupo Flawars y que era mío. No rescataba nada de lo que podía parecerse a empresas, oficinas, empleados, fábricas y todo lo demás. Lo único que veía era mis manos de cuando niña remojadas de chocolate. Traté de recordar a Flavia y Dalila cuando eran niñas pero me fue imposible. Tampoco recordaba a mis otras dos hijas. ¿Dónde estaban ellas? Por más que abría puertas, todo seguía en blanco, sin nada de nada por ningún lado.
Ya no dormí tampoco. Me prendieron la televisión y no reconocía ningún programa. Pasaba los canales de cable y no podía vincularlos conmigo. Me parecía todo nuevo, diferente, incluso raro y me sorprendí, en el noticiero, que habían desmanes en contra del gobierno. Y reconocí el nombre del mandatario: Florencio Maschala.
¿No es mi primo Flori? me pregunté. Claro. Jugábamos de chicos en el jardín de la casa de la tía Flora, su mamá. Él me enseñaba manejar bicicleta y la hacía rodar con cuidado sin soltar los manubrios. Ahora lo veía clarito.
-¿Por qué reclaman contra el presidente?-, le pregunté a la enfermera. Ella doblaba las colchas que usé en la noche.
-Lo acusan de corrupción, Yesi-, me respondió ella sin dejar de atender sus tareas.
¿Corrupción? ¿Flori, el chico bueno, gentil, noble que ayudaba a todos, que nos cuidaba y se esmeraba por la tía Flora? ¿Acaso seguía durmiendo y ahora estaba metida en una pesadilla? ¿Qué es lo que estaba pasando? Mi cabeza era un hervidero de preguntas sin repuestas.
Me trajeron el almuerzo. Dieta. Odio la dieta. Eso fue otro recuerdo. A mí me gustan las frituras y las cazuelas. Miré con mala cara al enfermero.
-Disculpe, pero esto no me gusta-, reclamé y alcé mi naricita, cruzando los brazos.
-Es lo que le ha recetado el doctor, Yesi-, dijo el joven.
-Pues llámelo y dígalo que no me gusta comer dieta-, alcé la voz.
Ni vino el doctor ni el joven le dijo algo y no comí la dieta. La enfermera lo retiró después de un rato y me tumbé furiosa en la almohada.
Un rato después vinieron mis hijas. Estaban molestas.
-¿Por qué no has comido, mamá?-, protestó Dalila.
-Me querían dar dieta. Yo quiero mi bistec con papas fritas y mi cazuela-, estrujé mi boca.
-Esta podrá ser tu clínica mi mamá, pero ahora eres una convaleciente más, sin ningún tipo de privilegios-, me aclaró Flavia.
¡¡¡¡Eeeeepaaaaa!!!! ¿Mi clínica? ¿Es mía? Entonces ¿soy millonaria? Manejo un poderoso grupo, que tiene una clínica y un astillero. Ahora sí que mi cabeza estaba dando vueltas como un trompo.
Apreté los puños. y restregué los dientes. Flavia abrió la puerta y ordenó al joven enfermero traer la dieta. Dalila acomodó los cubiertos y me puso una servilleta en el cuello. Y empecé a comer. Estaba delicioso, sin embargo y pese a mis reticencias. Me comí todo en dos bocados hasta me chupé los dedos. *p*n*s terminé todos, mis hijas y el joven enfermero, estallaron en carcajadas.
-Eres caprichosa, madre-, dijeron mis hijas balanceándose por las risotadas.
Chapter 2
Dos días después dejé la clínica. Dos cosas: mi marido no vino y cuando iba por los pasadizos, rodando en una silla de ruedas, todos los médicos, enfermeras y empleados me saludaban, me hacían reverencias, también muchos de los pacientes y personas que se atendían o estaban en consultas, me hacían venias, me sonreían o agitaban los brazos emocionados. Me tuteaban, incluso, como si tuviéramos una amistad de muchos años.
-Hola, Yesenia-
-Felizmente estás bien, Yesi-
-Nos alegra verte recuperada, Yesenia-
Un enjambre hombres en impecables ternos y mujeres con primorosos vestidos estaban en el hall, esperándome. Apenas me vieron me colmaron de besos y abrazos.
-Esperamos que te recuperes plenamente, Yesi-, dijo uno de los tipos, alto, colorado y medio calvo.
Sin embargo no lo reconocía a él ni a nadie. Las mujeres me besaban, me abrazaban con enorme familiaridad. Eso me sorprendía. Era obvio que me estimaban y mucho y que yo les tenía, tambi