
Nuestro sueño de primavera
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Annotation
Los recuerdos son como fotografías que pasan una tras otra en un álbum de fotos de la infancia. Kasumi vive una vida, enfocada en su hija en su trabajo, recientemente tiene la oportunidad de volver a donde todo empezó y la inusual oportunidad de cambiar aquello que oculta, como un tormento y constante perdida. Ahora de vuelta a su lejana adolescencia, acompañada de su mejor amiga Seijun Ashida, con quien vivirá aventuras que le darán un significado distinto a la vida, amor y desamor, decepciones alegrías tristezas una vida llena de emociones en donde cada día se debe vivir al máximo como si fuera el último.
Prologo
“La noche encerró al niño, y éste, inexpresivamente, dejó de respirar.
Porque no hay nada que se pueda hacer al respecto.
Nos ahogamos en un mundo que no podemos cambiar.
Abre tus ojos, las sombras se hunde, no importa lo que sea ahora,
Esta es la realidad.
¿Qué es la libertad?
El dolor que me provocaste, esperaba que resultara ser amor.”
Los pensamientos, son como el fondo del mar, pueden ser tan oscuros y profundos como un abismo ahogarse en ellos, era un placer que los humanos gustaban de disfrutar de forma masoquista, buscando siempre llegar a la simple y banal superficie, porque si bien ese placer era doloroso, preferían fingir hipocresía y mostrar que no sufrían en sus infiernos personales.
A fin de cuentas, estos siempre terminan por hundirte, cuando les permites dominarte, no hay salvavidas, solo cadenas pesadas que arrastran hacia ese abismo, que puede ser un infierno o…el paraíso mismo.
Cuando cae en esa analogía, se repite en su mente, como si estuviera parada a lado de los altavoces, resuena en su mente con el eco de la cruda realidad, la asfixia no es más que una alegoría de las emociones que ha contenido todo el tiempo.
La máscara que se colocó cada día para salvarse de ese abismo, que la tentaba a dejarse hundir en la oscuridad, olvidar el dolor era un anhelo casi infantil conforme crecía, pero la soga jamás dejo de cernirse alrededor de su cuello, unas tijeras, un cuchillo lo que fuera, podría tenerlo en la mano, pero ni siquiera el deseo de dar un paso fuera de su radio le otorgo motivación, esa soga seguía apretándose hasta dejarla sin aire.
El abismo esta forjado por muchas cosas, algunas más claras que otros, pero las sensaciones no son olvidables, una de ellas es su infancia, una neblina dentro de los recovecos de su cerebro, hay recuerdos aleatorios, otros más claros conforme crecía, pero hay uno en especial que es repetitivo, como una canción que nunca pasa de moda, una que podría hartarla, pero la realidad es que siempre sube el volumen cada que se anuncia en la radio.
Ese recuerdo era su soga, las piedras dentro de su cuerpo que la hundían en el océano.
.
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Era una noche agradable, posiblemente eran principios de septiembre, pero a ciencia cierta era imposible determinar la fecha exacta.
En una casa de estilo tradicional japonés y que conservaba de forma casi atemporal la mayor parte de su estructura, era una gota de los resquicios históricos en medio de la urbanidad; una mujer que parecía más joven de lo que en realidad era y que contrastaba con el paisaje, al estar vestida y maquillada como si se tratara de una celebridad, esperando por posar para una sesión de fotos, pero solo era una justificación más.
Estaba sentada sobre un pasillo externo que rodea la casa, a su lado un cenicero, en el que ya hay un par de colillas de cigarros, mientras que entre sus dedos hay un nuevo cigarrillo al que le da una profunda calada, expulsando el aire, sintiendo como poco a poco el estrés de las últimas horas, sale de su sistema.
Admira la luna, su etérea belleza le hace sonreír, como si aquel astro le diera su bendición, quería creer que era así, después de todo, este era un cambio importante, pero necesario, porque si continuara justo donde estaba, temía volverse loca en cualquier momento, el recuerdo de su propia madre le asalta de repente y se extiende hasta su adolescencia, cuando tomó la decisión de dejar de vivir bajo sus expectativas, volvió a respirar, pero eso dejo una marca en su personalidad y que ahora influía en su decisión, que más que imprudente, era netamente egoísta.
Se arrepentía, si, había creído que la idea de una familia y la sensación hogareña de un lugar cálido al cual volver, el tener un compañero leal y una hija, sería la que llenaría ese vacío, que demostraría que todos se equivocaban sobre ella, pero la realidad es que jamás pudo sentirse saciada, solo hubo aburrimiento, hartazgo, sin duda se había equivocado.
La verdad, había hecho todo por un simple y sencillo impulso, quería llenar cuanto antes el vacío en su interior, quería encontrar una hoguera donde arrojar esa mascara, pero sus planes le fueron en contra y termino interpretando un papel.
Su enamoramiento fue euforia, su dicha fue presión y su amor obligación.
Por eso hoy, sería la última noche, hoy bajaría del escenario para jubilarse de interpretar papeles, de vivir dentro de una fantasía.
Termina ese último cigarrillo y se levanta, deja el cenicero junto con las colillas, sobre el fregadero de la cocina y se dirige a su habitación, donde ya tiene su maleta preparada, que luego haberla ocultado de su marido y de su hija, la revisa una última vez y eso le hace recordar que aún le faltan un par de cosas por guardar, está en medio de eso, cuando un par de pasos se escuchan y la voz de su hija, la detiene de lo que estaba haciendo.
––Mami.
La mujer se queda petrificada, si se iba ahora, su hija sin duda haría un escándalo y su perfecto plan se iría al demonio, le da una rápida mirada a su reloj de pulsera y comienza a hacer cálculos rápidos y llega a la conclusión de que ya se le ha hecho tarde.
Suspira resignada y se gira con una sonrisa cariñosa, confiada que su hija era aún pequeña, para percatarse de que esa sonrisa era forzada, estirando aún más su papel, no tenía más opción que fingir un poco más.
––¿Qué haces aun despierta cariño? ––inquiere con esa voz suave que tiene tan bien ensayada, incluso se hinca lo suficiente para abrir sus brazos e invitar a la pequeña a ser reconfortada, la cual no duda en ir. ––¿Tuviste una pesadilla? ––la pregunta es repetitiva, porque sabe que es una obviedad en cuanto al insomnio de una niña tan pequeña y que se supone su reloj biológico está adaptado a dormir más horas que una persona mayor.
La pequeña asiente y se acurruca contra el pecho de su madre, una de sus pequeñas manos sujeta un mechón de su cabello, con el que juega suavemente, la madre le acaricia la espalda y comienza a tararear una canción, que sabe es una de sus favoritas y que la ha convertido en su nana, desde sus primeros años de vida.
No tarda en dormirse y entonces cuando se asegura que la niña no se levantará otra vez, la acuesta en la cama a la que no volverá jamás a compartir, termina de arropar a su hija, dejándola como última nota, una pista que ese lado de la cama estará vacío y con mayor cuidado toma sus cosas, no sin antes dedicarle unas últimas palabras.
––No me culpes, tal vez ni siquiera lo recuerdes, pero espero puedas comprender que no puedo seguir encerrada, eres mi grillete Kasumi y no dejare que me arrebates mi libertad.
Le da un último beso en la frente y puede ver como la luz de la luna ilumina justo cuando una sonrisa se forma en el rostro de su hija, ajena a que esa noche sería la última vez que se verían.
Se negó a creer que lloro, ella solo interpretaba, no sentía nada por su marido ni por esta niña a la que dio a luz, todo era una ilusión, un sueño del que pronto se despertaría, el personaje creado por su hija, el sueño de la pequeña Kasumi, algo que le repetía cuando cerro sus ojos, un mantra que esperaba y con suerte fuera lo suficientemente fuerte para que se convirtiera en una realidad, una que ayudara a que la olvidara pronto, que así como ella se sacudiría la culpa en cuanto cruzara la puerta, Kasumi al despertar ya no recordaría su nombre y se convertiría en un lejano recuerdo.
Capítulo I - otoño
“Sólo espero que, en este mundo de estaciones, en el final de mi camino, sin retorno, tú seas mi destino.”
El otoño ha decorado las calles de Nueva York, dejando a sus transeúntes que caminan con prisa por la cera, dejarse atraer por sus vibrantes colores cálidos, tan distantes del clima propio de la estación, envueltos en gabardinas que se combinan y se pierden entre las fauces de una metrópolis, agitada y vibrante.
Entre ellos, una mujer de mediana edad, que parece más joven de lo que realmente es, camina con tranquilidad, discordando con todas las demás personas que pasan a su lado con prisa, hacia sus distintos destinos, ella por el contrario disfruta de la tarde, del paisaje, felicitándose por haber elegido un día tan agradable, para ir al supermercado y abastecerse, puesto que su refrigerador estaba prácticamente vacío.
Cuando llega a lugar, toma un carrito y recordando su lista mental, se dirige a la sección de frutas y verduras.
A muchas pers