¡Mi loba!

Ella camina entre el conglomerado de árboles, huyendo de las demás personas. Ya no soporta el tener que atender a más invitados, tampoco a la humillación de lidiar con quien sería su reemplazo en su propia casa.

—¿Cómo fue que mi vida dejó de ser alegría para convertirse en tristeza? —dice para sí, con la melancolía en su voz.

Sigue su camino sin tener un rumbo fijo, mas se detiene cuando un aroma especial le inunda las fosas nasales. Es tan agradable aquel perfume que no puede evitar olfatear con los ojos cerrados, como si deseara llevarse aquel aroma con ella.

—¿Qué huele tan bien? —musita con una sonrisa. Es la primera vez que lo hace desde que la desgracia cayó en su vida.

Se siente muy bien volver hacerlo de forma genuina.

Nunca un aroma la había conmocionado tanto, solo recuerda que le sucedió una vez y fue cuando…

—No…

“¡Mate!”, grita su loba.

—¿Qué? ¿Dónde? —Busca a su alrededor al dueño de aquel olor tan rico, que podría comparar al de la menta y las flores silvestres. Es tan exquisito que su boca ha empezado una salivación excesiva y su olfato exige más de este.

—¡Mía! ¡Mi loba!

Varios escalofríos le recorren el cuerpo cuando escucha aquella voz varonil, ronca y sensual que le estremece todo su interior.

Lo conoce, claro que lo conoce…

Cuando sus orbes azules le confirman sus sospechas, todo el goce anterior es reemplazado por decepción y desconcierto.

—No, esto es un error; tú no puedes ser mi mate —niega con voz desesperada y gran nerviosismo.

El hombre de vestuario elegante, cabellera rubia, abundante y ondulada; con la mirada parda más hermosa y fiera que ella haya visto jamás; la encara con firmeza y ese porte de macho alfa que la excita.

No, no debe excitarse con él.

—Eres mi loba —refuta él sin una pizca de duda.

Veintiséis años atrás...

La joven de diecinueve años caminó entre el bosque junto a su familia, parte de sus amigos y otras personas que pertenecían a su manada, a las que ni siquiera conocía.

Sus pies ya dolían porque había pasado varios días desde su último descanso, incluyendo la ingesta de comida.

—¿Creen que haya algún árbol de frutas? —inquirió una de las mujeres de las que tenían cachorros; ella, al igual que las demás madres, los cargaba sobre sus espaldas amarrados con telas gruesas.

—Ojalá —dijo uno de los guerreros que los guiaba a algún lugar seguro—. Tuvimos la mala suerte de que nuestro sendero fuera en un territorio desértico, pero encontrar este bosque es una luz de esperanza.

—¿Creen que podamos establecernos en estos territorios? —cuestionó otra mujer—. Tú serías nuestro alfa, ya que has puesto tu vida en riesgo para salvarnos y sin importarte que la mayoría de nosotros somos simples omegas. Eres digno de ser nuestro líder.