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El Alfa Maldito

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Annotation

«¿Y si te dijera que vas a conocer al más apuesto de todo un reino de hombres lobo? No cualquier hombre, sino el Alfa heredero al trono, y tú serás su futura esposa». Anne Marie Delacroix, Condesa de Holst, ha recibido esta sorprendente propuesta de los emisarios del reino Lycan. Es la oportunidad perfecta para escapar de su pasado y ser libre, dejando atrás un reino que la aborrece debido a su reciente divorcio. Sin embargo, pronto descubre que el hombre de sus sueños no es tan perfecto como se lo habían descrito. El Alfa Gael Blackwood carga con una maldición que lo ha dejado ciego, lo que ha hecho que todas las mujeres del reino que antes lo amaban por su incomparable belleza ahora lo desprecien. Ninguna está dispuesta a casarse con un hombre discapacitado. Aunque a la Condesa poco le importa si Gael es ciego, siempre y cuando sea tan guapo como se lo han descrito, accede sin pensarlo mucho a ir con los emisarios y conocer a su futuro esposo. En el camino hacia el reino Lycan, son atacados por tropas enemigas y su carruaje cae en un pantano oscuro que los absorbe por completo, poniendo en peligro la vida de Anne Marie. En ese momento desesperado, un lobo blanco gigante y malhumorado aparece de la nada para salvarla. Para su sorpresa, este lobo resulta ser Gael, el Alfa. Una noche a solas en el bosque es suficiente para encender la llama del amor entre ellos, superando todas las barreras y prejuicios. A pesar de las dificultades y los obstáculos que enfrentan, su amor florece y se fortalece con cada desafío que superan juntos.

Prefacio

Los gruñidos se mezclaban con el golpe de las espadas y los aullidos de dolor. Sabían que el viaje sería peligroso, pero nadie esperaba que fuera al extremo. El carruaje tuvo que desviarse a través del bosque adentrándose en una zona controlada por el clan de los guerreros fantasmales, quienes eran enemigos mortales del reino Lycan. Ahora todo estaba claro: el derrumbe que bloqueaba la ruta segura no habia sido accidental, sino una emboscada planeada.

Los hombres encargados de escoltar a la Condesa junto al Alfa salieron a luchar de inmediato, uniéndose a los soldados del Conde. Anne Marie, por su seguridad, permaneció encerrada en el carruaje, aferrándose con fuerza a la daga que siempre llevaba consigo, intentando controlar sus emociones. Pero, sus esfuerzos era en vano, ya que la situación fuera del carruaje no parecía mejorar.

—¡Lo sabia!, estos desgraciados me ocultaron que también tenían enemigos en la frontera de nuestro reino. Al final es mi culpa por andar corriendo detrás del hombre de mis sueños. De seguro me matarán o me llevarán prisionera…y lo peor es que… ¡Ni siquiera podré confirmar que tan apuesto era en realidad!

De pronto, las lamentaciones de la Condesa fueron interrumpidas por un enorme impacto que volteó el carruaje de lado. Su cuerpo cayó hacia atrás con violencia, hasta golpear su cabeza con las duras paredes de madera y metal. Anne quedó inconsciente por unos instantes, pero un dolor agudo y punzante la obligó a abrir los ojos. A medida que fue recuperando el conocimiento, escuchó los gritos desesperados de Luciano:

—¡Condesa! ¡CONDESA! ¡SALGA DE AHÍ!

La vista de Anne Marie estaba afectada por el golpe; no podía enfocar lo que tenía al frente... todo le daba vueltas. Intentaba mover un poco su torso, pero la posición de su cuerpo en el carruaje le impedía levantarse. La Condesa luchaba con todas sus fuerzas para incorporarse e intentar salir pues los gritos de Luciano se escuchaban cada vez más lejanos.

No tenía idea de lo que sucedía afuera. Las ventanas y puertas estaban selladas para garantizar su seguridad, y por alguna razón, el alboroto de gruñidos y alaridos ya no era tan fuerte como antes. Le parecía que estaba dentro de una burbuja, apartada de la ferocidad de la batalla. El calor dentro del carruaje era sofocante. En la posición en la que se encontraba, solo podía intentar patear una de las puertas y estaba determinada a hacerlo. Era cuestión de vida o muerte; su cuerpo le advertía que estaba quedándose sin oxígeno.

Cubierta de sudor y agotada, pensó que no volvería a ver a su amado padre si se desmayaba ahí. Para darse ánimos, se dijo a sí misma que: «Alberth Delacroix, Conde de Holst, no había criado a una mujer débil y su madre... era la mujer con más valor y fortaleza que había conocido»."

Anne se sintió tan llena de energía por el recuerdo de su madre, quien luchó hasta el final por su vida, que dio una patada tan fuerte a la puerta y esta se abrió de golpe pero, al mismo tiempo, su zapato salió por los aires.

—¡Maldición! ¡¿Es que acaso una dama no puede conservar la delicadeza en medio del caos o al menos un zapato?! —gritó llena de frustración.

Extendió los brazos para aferrarse al asiento y obtener impulso para salir, pero el movimiento repentino y la fuerza ejercida, provocaron un enorme desgarro en la parte trasera de su vestido. —¡Me lleva la… diosa! —exclamó de nuevo.

Mientras intentaba salir sin perder el resto de su vestido, murmuraba palabras obscenas debido a su situación. En cada intento, la parte frontal de la prenda se deslizaba, dejando sus pechos peligrosamente expuestos. —¡Ya lo decía mi madre! ¡Tener un busto generoso es una bendición y una maldición! ¡Jamás vuelvo a salir sin un corpiño!

Por estar tan alterada, olvidó que se encontraba en medio de un conflicto armado.

—¡No aguanto más, es ahora o nunca! —Al decir esto, se impulsó con toda su fuerza hacia arriba, sacando la mitad de su cuerpo fuera y lo que vio a su alrededor la dejó sin habla por unos instantes. El carruaje se había sumergido en aguas oscuras, fangosas y putrefactas. *p*n*s quedaba visible una parte del mismo. Estuvo a punto de morir asfixiada allí dentro.

Una repentina corriente de aire en el pecho le hizo sentir frío. Miró hacia abajo y se dio cuenta de que la tela que cubría su busto se había deslizado por completo al salir. Para su fortuna, nadie se percató de ese pequeño accidente en medio del bullicio de la batalla. Con rapidez acomodó lo que quedaba de su vestido, y lo sostuvo con fuerza contra su pecho para evitar que se moviera otra vez.

Anne Marie observaba la pelea desde varios metros de distancia. Los soldados que escoltaban el carruaje por orden del Conde estaban malheridos pero seguían luchando. Dos enormes lobos estaban peleando contra decenas de seres de apariencia humana y fantasmal. Los zarpazos letales de las garras no les hacían daño, y las mordidas de ambos eran inútiles contra esas criaturas. Después de observar con detalle entendió el por qué: aquellos guerreros podían desmaterializar su cuerpo a voluntad y volver a materializarse con la misma rapidez para evitar ser heridos. Estaba segura de que si se materializaban, al menos por unos segundos, Luciano y Marcus podrían deshacerse de ellos fácilmente.

Ella también se encontraba en peligro y necesitaba actuar rápido, ya que el carruaje seguía hundiéndose. Pensó que su mejor opción era centrar toda la atención en ella. Lo único que podría funcionar era emitir un sonido tan fuerte y agudo para acallar el tumulto de la pelea. Pero se dio cuenta de que no tenía nada a su alcance para lograrlo y, para colmo, no sabía silbar. Esto no hizo más que aumentar su enfado, que en ese momento ya era considerable.

Anne Marie estaba herida y asustada, viendo como el carruaje se hundía en un pantano con un hedor nauseabundo e insoportable. Había perdido un zapato nuevo y su vestido más hermoso, con el que iba a presentarse ante su futuro marido, se había roto. Sus pechos se salían a cada momento... Lo único que quería hacer, era gritar de pura frustración. Se puso de pie encima del carruaje, con los puños apretados, y, poseída por un enojo sobrenatural, llenó sus pulmones de aire para luego dejar salir su voz con tanta rabia que todos se detuvieron a taparse los oídos.

Cuando se le acabó el aire a la Condesa y cesó su grito, observó que tanto los enemigos como los soldados y los emisarios, la miraban con gran interés: la tela del vestido había vuelto a caerse...

El primero en apartar la mirada con vergüenza fue el consejero Luciano; luego el General Marcus hizo lo mismo pero, aprovechándose de las dos distracciones de la Condesa, ambos empezaron a destrozar a los enemigos que estaban en su forma humana a una velocidad vertiginosa. Anne Marie Delacroix, Condesa de Holst, había sido capaz de crear la distracción perfecta, pero no se enorgullecía de los métodos que había utilizado.

Cuando empezaba a angustiarse de nuevo observando su precaria situación, un aullido atronador la sobresaltó. Era un sonido cargado de energía y poder, capaz de estremecer las hojas de cada uno de los árboles en el bosque. Por un momento, parecía que todo vibraba y, de cierta forma, así era. Incluso su cuerpo reaccionó, erizándose de pies a cabeza; nunca había sentido nada igual.

Las formas lobunas de los emisarios se volvieron más grandes y feroces, ambos recargados de energía y regenerados por la cercanía de otro hombre lobo, uno que podría ser más fuerte que todos... El Alfa.—¡Ay Dios mío! No puede ser. No, no, no puede ser él. ¡Estoy hecha un desastre, medio desnuda y sin zapatos! —Buscó con su mirada algún indicio de la presencia del hombre que deseaba conocer, pero solo había conmoción y un frenesí descomunal en los lobos de Luciano y Marcus.

Al verse acorralados y con muchas bajas en su bando, los guerreros fantasmales decidieron que era momento de retirarse. Huyeron al bosque intentado escapar de la muerte a manos de los lobos, pero estos, dominados por su sed de sangre, fueron tras ellos dejando a Anne Marie sola con los soldados del Conde quienes *p*n*s estaban con vida.

—¡AYUDA! ¡POR FAVOR! ¡NO CREO QUE ESTO RESISTA POR MAS TIEMPO! —gritó desesperada, intentando llamar a los soldados para que la rescataran.

Quienes la escucharon se arrastraban, haciendo lo posible por ayudar aun con la gravedad sus heridas. Aunque lo intentaran, estaban seguros que no podían llegar hasta ella sin morir ahogados en aquellas aguas mortales. Anne lloraba al verlos así y pensó que moriría junto a aquellos hombres tan leales y valientes.

Cuando creyó que ya no había ninguna esperanza, escuchó que algo enorme se acercaba a toda velocidad por el bosque. Venía derrumbando todo a su paso, como una avalancha.

Una vez que se detuvo justo en el lugar de la batalla, dejó ver su forma: Era un lobo blanco con el pelaje lleno de sangre. Sus ojos, estaban cerrados y se había detenido a olisquear el ambiente.

—¡AYUDA! ¡SOY ANNE MARIE DELACROIX, CONDESA DE HOLST! DOS EMISARIOS DE TU REINO ME ESCOLTABAN, IBAN A LLEVARME CON EL ALFA GAEL! —gritó Anne Marie, sintiéndose mareada nuevamente y con mucho dolor de cabeza.

El gran lobo ensangrentado había escuchado atentamente cada palabra dicha por ella, pero no parecía muy apurado por rescatarla. Estaba distraído y miraba hacia otro lado.

—¡ESTOY ENCIMA DE UN CARRUAJE QUE YA SE HA HUNDIDO COMPLETAMENTE EN ESTA CIENAGA! ¡TRAE A ALGUIEN! ¡HAZ ALGO POR FAVOR!

               Lo único que obtuvo del licántropo, fue un gruñido rabioso enseñando una larga hilera de dientes afilados. El gesto le pareció, claramente, una orden para que se callara. Sus orejas se movían ligeramente de un lado a otro en señal de que escuchaba algo a lo lejos.

Anne empezó a sentir como sus tobillos eran tragados lentamente por el pantano y la visión del lobo blanco se volvió a un más lejana, tan difusa que no podía distinguir de él mas que una mancha. —Parece que no voy a conocer a mi futuro esposo. —Dejó salir un suspiro cargado de tristeza y cayó, sin fuerzas, sobre sus rodillas—. Hubiera sido maravilloso verlo antes de morir.

El olor a podredumbre le producía arcadas; cada vez estaba más cerca de perder el conocimiento. Antes de desfallecer, volvió a escuchar el aullido del lobo, algo totalmente distinto al primero. Era una melodía suave que calaba profundamente en sus huesos, como si estuviera sanándola. Se sintió reconfortada durante unos breves instantes. Con la vista menos afectada, pudo observar cómo el enorme lobo blanco se acercaba a ella, caminando cuidadosamente entre los soldados heridos.

Cuando llegó a pocos metros del pantano, su cabeza se sacudió violentamente y comenzó a estornudar. Los vapores putrefactos que emanaban de aquel lugar golpearon con fuerza su agudo sentido del olfato. A pesar de ello, intentaba resistir para acercarse a donde se encontraba la Condesa.

El lobo rodeó un par de veces el pantano y luego comenzó a hacerle señas a Anne Marie. Apuntaba con su cabeza hacia ella y luego simulaba dar un brinco. A pesar de no haber abierto los ojos en ningún momento, él sabía dónde se encontraba la Condesa.—¿Estás loco? ¿Como vas a saltar aquí? Ambos nos hundiremos. Mira, la mitad de mis piernas están bajo este asqueroso lodo. Además, estás demasiado lejos, no vas a llegar a-

Un gruñido fuerte hizo que se callara de nuevo.—¡Eres un grosero! Haz lo que quieras, ya no me importa. A este paso igual voy a morir aquí —dijo con resignación.

Estaba cansada de taparse el pecho con una mano y apoyarse con la otra, en lo poco que quedaba del carruaje bajo aquellas aguas lodosas, así que decidió sacar sus ultimas fuerzas e intentar ponerse de pie. Si el lobo saltaba donde ella estaba, tenía mas probabilidades de sostenerse e intentar salir con él. Eso suponiendo que llegara a saltar la enorme distancia que los separaba.

El licántropo empezó a dar pasos atrás con la mayor concentración. Los soldados se apartaron de su camino y en secreto imploraban a los dioses que él pudiera salvarla. Cuando se detuvo, no hizo el mas mínimo intento de correr, simplemente bajó  su cuerpo para impulsarse y saltar. Lo siguiente que todos vieron fue a un enorme canino, con sus grandes patas extendidas atravesando el aire.

Cayó con precisión al lado la condesa, dándole tiempo *p*n*s, de que ella le enterrara las uñas en su espeso pelaje. Sin perder ni un segundo, volvió a saltar con la misma fuerza haciendo que Anne Marie gritara mientras ambos cruzaban el pantano por los aires.

El aterrizaje para el lobo blanco, no sería perfecto en esta oportunidad. Tenía que hacer una maniobra riesgosa en el aire para proteger el cuerpo de Anne Marie del impacto: Transformarse en humano y envolverla con sus brazos. Solo así sería él quien recibiría la mayor parte daño.

Todo sucedió en un parpadeo. Para cuando la Condesa se dio cuenta que estaba atrapada entre los brazos de un hombre desnudo y sudoroso, el impacto de ambos contra el suelo la dejó inconsciente.

Las excentricidades de una Condesa.

Una semana antes.

—Madame, ¿qué tipo de ropa se pondrá hoy? Un vestido blanco de satén combina a la perfección con su piel, ¡se vería hermosa!, o un vestido rosa a juego con sus zapatillas favoritas también se vería muy bien —propuso la doncella, Marcia, con entusiasmo.

Así comenzaba otro día en la vida de la joven de 21 años, con cabello largo rojo y un rostro de belleza impactante por la cual era conocida en todos los reinos aledaños; la vida de la Condesa Anne Marie Delacroix.

—Para la hora del té de esta tarde, hemos preparado su pastel de fresas favorito. Por supuesto, también hemos preparado su té con leche, aquel que tanto le gusta, ¿verdad? —preguntó Marcia, con una insistente y luminosa sonrisa.

Las atenciones excesivas se repetían a diario. Todo ha sido así desde que se divorció del Duque Thomas Rotts, mano derecha del Emperador. Fue despreciada y humillada por él durante los dos años que duró su matrimonio. El simple hecho de que

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