De vuelta al amor
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Annotation
Luego de una vida marital relativamente feliz, Lorena Marzën se da cuenta, que su esposo, un reconocido CEO y magnate de la industria, no ha olvidado a su exnovia, quien lo hubo dejado por irse a cumplir su sueño de ser una reconocida actriz. Una mañana asoleada, descubre que está felizmente embarazada y es tanta su emoción, que intenta comunicarle la buena nueva a su esposo, aun sin éxito. Días después, la madrastra de Lorena, le comunica que su padre ha sufrido un accidente, el cual, amerita ingresarlo de emergencia a quirófano. Lorena busca el apoyo de su marido, tanto moral como económico, pero este solo se limita a ignorar la situación, lo que la impulsa a tomar una decisión definitiva acerca de su relación, dejándolo todo, a pesar de estar siempre dispuesta a pasar por alto los desaires del CEO. Cinco años después, vuelve con sus dos hijos, para tomar las riendas de una empresa que por cosas del destino, le fue heredada, y así comenzar una nueva vida, sin embargo, su ex esposo, desesperadamente, busca la manera de luchar por reconquistar su corazón y recuperar el tiempo perdido con sus hijos.
1. ¡Estoy embarazada!
Esa mañana hacía un día muy bonito y asoleado en la ciudad de Madrid, el sol iluminaba la habitación de Lorena, quien al abrir los ojos, esbozó una sonrisa, se estiró un poco y se levantó muy contenta de la cama, pues por fin iba a salir de dudas, pensó en llamar a Keithy, su mejor amiga, para recordarle que pasaría por ella para ir a la Clínica Central, a hacerse los análisis de sangre.
(Repica el teléfono)
«Buenos días amiga de mi corazón, ¿cómo amaneces?», pregunta Lorena con mucho ánimo.
«Buenos días mi Lore, pues, no muy bien, a decir verdad tengo un malestar horrible», le contesta Keithy mientras se acomodaba en su cama, apretándose la barriga».
«Pero... ¿Por qué? ¿Qué tienes?», pregunta Lorena preocupada.
«Pasé la noche muy mal del estómago, con cólicos y... ¡Ay, no! Creo que no voy a poder acompañarte, me siento morir».
«¡Oh!, de seguro ha sido una indigestión. No te preocupes Key, quédate en cama, yo iré sola».
«Lore, de verdad me apena mucho, teníamos este día planeado hace varios días y... yo...»
«Descuida , todo va a estar bien, sé que no elegiste sentirte mal», la interrumpe Lorena.
«Claro que no, pero tienes razón, lo mejor es quedarme en casa. Oye, y ¿Por qué no le dices al odioso de tu marido que te acompañe?»
«Él salió aún a oscuras, ya sabes, como siempre», le responde Lorena mirando hacia el lado de la cama de su esposo, quien se había levantado muy temprano.
«¡Uh! Bueno mi Lore, ve a hacerte esos exámenes que tanto añoras y al volver me cuentas, ¿está bien?», le sugiere su amiga quejándose del dolor.
«Eso haré, mejórate Keithy, te quiero», le responde Lorena mientras cuelga la llamada.
Lorena se dirigió al sanitario y al vestier para alistarse y así, salir a corroborar esa noticia que tanto ansiaba.
Mientras iba en el auto, pensaba en todo lo feliz que sería si esos análisis salieran positivos, y a su vez, hablaba consigo misma, algo que hacía cada vez que sentía nervios frente a alguna situación.
«Mi esposo (suspiró), siempre en su mundo, olvidándose de mí. Si nunca me presta atención en casa, estoy segura que tampoco se dignaría a acompañarme a alguna cita médica, y mucho menos después de aquel día, cuando supimos de la existencia de esa terrible enfermedad, que por poco me libera de esta cárcel de soledad que vivo a su lado… solo que yo no quería ser libre, o al menos no de esa manera».
Lorena va manejando, sumida en sus pensamientos, con la emoción a flor de piel pero no en sus cinco sentidos, de pronto, escucha el sonido de un golpe, frenando de repente, agarrándose con fuerza del volante.
«¡Oh, por Dios! ¿Qué ha pasado?», dice en voz alta mientras trata de mirar desde el parabrisas, sin soltar el volante pero temblando como una gelatina. «No se ve nada, no puedo ver si ha sido una persona o un animal lo que me he llevado por delante, ¡Dios mío!»
De pronto ve que un chico de mediana edad, se levanta del pavimento, un poco adolorido, con algunos raspones pero afortunadamente vivo y consciente. Ella logra bajarse del auto, aunque las piernas le temblaban de los nervios.
―Oye, chaval, ¿te lastimé? ―pregunta Lorena aún en shock.
―Un poco señora, pero no se preocupe, afortunadamente no ha sido mortal ―contesta el joven de forma amable y limpiándose el pantaloncillo que llevaba.
―¡Oh! Me he llevado un susto tremendo, es que estaba pensando, distraída y...
―Descuide señora, solo le sugiero que esté más pendiente cuando maneje. ―interrumpe el joven, mientras le guiña el ojo.
Lorena se pone a la orden para llevarlo a la clínica y lo chequeen, pero él se opone rotundamente.
―No, no hace falta. Bueno, me voy, solo tenga más cuidado. Hasta luego dulce señora. ―dice el joven alejándose en la patineta que minutos antes había sacado de debajo del auto de Lorena.
Ella vuelve a su auto, un poco desconcertada por el episodio que acababa de vivir y, del gesto de aquel muchacho desconocido para ella y que pudiera ser, su hermano menor.
«Dios mío, qué susto tan espantoso», decía mientras se montaba en su carro y manejaba con dirección a la Clínica.
En un santiamén, el clima había cambiado por completo, llenándose de nubosidad el cielo madrileño. Para ese entonces, ya Lorena estaba en el laboratorio de la Clínica Central, esta última, esperando su turno para practicarse los tan ansiados análisis de sangre.
―Señora Marzën, por favor acérquese al laboratorio, Señora Marzën ―se escucha la voz de una mujer por el megáfono.
En ese momento, su corazón comienza a latir cada vez más rápido y empieza a rezar en voz bajita para que esta vez, sí se le haga el milagro.
La señora que tiene en el asiento de al lado, le hace nuevamente el llamado.
―Casi no puedo mover mis piernas, ¡Estoy tan emocionada! Es que siento que… ―se expresa poniéndose las manos en sus mejillas.
―No la entiendo, por acá no dan los resultados.
Lorena la mira con extrañeza, levantándose del asiento.
Al cabo de unos minutos, vuelve a la sala de espera, se sienta, apurando el tiempo, para que le den los resultados de los análisis.
Se acerca a la taquilla.
―Señorita, disculpe, podría decirme ¿En cuanto tiempo analizan la muestra y me dan los resultados?
―Señora, aproximadamente se demoran entre una a dos horas e incluso puden ser tres, según el estudio que se haya realizado, puede ir a tomar algo o esperar. ―le contesta la asistente.
...
Lorena prefirió sentarse en aquel pasillo a esperar, ella añoraba estar embarazada. Era su más grande deseo. Mientras lo hacía, sacó su móvil de su bolsa, pensó que podría llamar a su esposo, pero... luego lo pensó mejor y decidió que no, que sería mejor tener esos exámenes en mano, para hablar con propiedad.
«Creo que lo mejor será llamar a Key», pensó en voz alta.
El teléfono de su amiga, repicó varias veces, pero ella no contestó.
«Pobre de mi amiga, seguro la está pasando muy mal», pensó para sí.
Ella seguía imaginando el resultado anhelado, rezaba en silencio, esperando que su deseo por fin pudiera ser concedido luego de muchos intentos. Llevaba cinco años casada con Alejandro Valderrey, lo había intentado de todas las maneras pero no había podido quedar encinta en todo ese tiempo, que ya para ella, parecía una eternidad.
A causa de ello, la ansiedad se había apoderado de Lorena, lo que la incitaba a usar algún tipo de medicamentos, contraindicados en un estado de embarazo.
1 hora después...
Lorena temblaba, ansiosa por tener esos resultados en la mano.
—Señora, ¿Está usted bien? ―le pregunta una enfermera.
―Sí, un poco nerviosa pero sí, lo estoy, gracias.
«Tercer llamado». Se escucha la voz por el parlante.
«Señora Lorena Marzën es solicitada en laboratorio».
―¿En qué momento me llamaron que yo no escuché? ―preguntó, acercándose a la taquilla.
La espera había sido eterna, pero ya estaba por saber si sería madre o no.
La secretaria del departamento corroboró que era la paciente a quien debía entregarle los análisis. Abrió el sobre y emocionada, sus piernas casi se le derretían.
―¡Estoy embarazada! ¡Estoy embarazada! ―gritaba de felicidad mientras la enfermera le pedía que hiciera silencio.―¡Tendré un hijo de Alejandro!, repetía apretando con fuerza el papel que sostenía en sus manos.
―Señora, la felicito pero recuerde que estamos en una Clínica, aquí debe hacerse silencio ―le expresó la recepcionista. Ella no hizo caso y continuó ―Tanto lo he deseado! Que Dios me escuchó. ―repetía Lorena a la enfermera.
Lorena abrazó a aquella mujer y a la señora que le había hecho compañía por todo ese rato en la sala de espera, acomodó su bolsa y salió de la Clínica.
«¿A quién llamo primero? ¿A Keithy o a Alejandro?», pensaba, mientras caminaba hacia el parqueadero.
Minutos después...
«Estoy muy feliz por ti, amiga. ―le dice Key al escuchar la emoción de Lorena en su voz. ―Me imagino que prepararás una cena esta noche para darle la noticia al odioso de tu marido»
«No, en este momento, voy a llamarlo, ahora sí puedo ponerlo al tanto. Key estoy tan emocionada que no puedo esperar a que llegue esta noche, luego te cuento», le dice colgando la llamada.
Ring, Ring, Ring...
El teléfono repicó por un largo rato, pero nadie contestó. Lorena, vuelve a intentarlo.
Ring, Ring, Ring...
Justo en el momento en el que desistiría de continuar escuchando el tono de repique, del otro lado del teléfono, atiende la llamada, una voz desconocida.
―¿Quién habla?
Lorena escuchó que quien había tomado la llamada, había sido una mujer, en ese instante, arqueó sus cejas, haciéndose mil preguntas en su cabeza.
―Disculpe, creo que me equivoqué, ―dijo, colgando la llamada.
«¿Quién habrá sido la persona que contestó el teléfono de Alejandro? No parecía la voz de Sandra, su asistente».
Lorena quedó muy aturdida luego de haber hecho aquella llamada, en su estómago se había formado un torbellino de confusión y en su corazón, un dolor repentino.
«Probablemente, las líneas se hayan cruzado, lo llamaré de nuevo», piensa decidida, pero su móvil se queda sin señal.
«Esto no está nada bien, quizás no sea el mejor momento, me iré a casa y ya luego lo intentaré desde allá».
Lorena encendió el auto, tomando la vía hacia el centro de la ciudad, el clima estaba cada vez más frío, el cielo vestido de blanco y las gotas de lluvia, no cesaban.
Mientras manejaba, iba mirando más allá del parabrisas, perdida en sus pensamientos, sin embargo, intentaba no perderse del todo.
En el primer cambio del semáforo, vuelve a la realidad al ver un Mazda Azul Índigo a escasos metros, preguntándose:
«¿Ese es el auto de Alejandro?»
En la ciudad de Madrid, Alejandro era un magnate muy reconocido, cualquiera que viera ese auto con ese color tan único, sabía que era de él. Lorena se acomodó un poco en su asiento, para intentar ver un poco más de lo que podía, cual sería su sorpresa, que visualizó a una mujer morena de cabello largo, lacio y oscuro, sentada en la parte delantera, acercándose mucho a Alejandro, besándolo en el cuello.
Lorena sintió en ese momento, que su mundo se le desvanecía en un santiamén, mientras una lágrima recorría su mejilla...
―No puede ser... Alejandro no me puede estar haciendo esto a mí... ―decía llorando y golpeando el volante.
En un abrir y cerrar de ojos, ya había entrado a la villa, estacionándose justo frente a la puerta de la casa.
Ya en el interior de su hogar, se quita los zapatos, deja su bolsa y las llaves en una rinconera a la entrada, se dirige a la cocina, se sirve un vaso con agua y se sienta en uno de los banquitos del mesón.
―¡Esto no puede seguir así! No me merezco este golpe tan bajo ―decía Lorena entre lágrimas.
Habiendo pensado muy bien lo que iba a hacer, se decide. Toma el teléfono, marca unos números y del otro lado de la línea, le responden, pero ella se adelanta, diciendo:
«Buenos días Alejandro, necesito decirte algo», en ese momento, el receptor colgó y a Lorena le entraron unas ganas de llorar indescriptibles, mientras que un amargo dolor le carcomía el alma.
2. ¡El retorno del pasado!
Tic, Toc, Tic, Toc, Tic, Toc
Sonaba el reloj colgante en la pared del comedor de Lorena, pasaban las horas lentamente mientras su alma se carcomía en la impaciente espera.
Eran las dos y treinta de la madrugada.
Lorena se escurrió en la pared hasta caer en el piso, sentándose con la cabeza sobre sus rodillas los brazos abrazando sus piernas y la mirada perdida en aquellos bonitos recuerdos de momentos mágicos junto a su marido, en algún pasado extraviado de su vida.
Así estuvo por un largo rato, hasta que sintió la columna entumecida. Se levantó, dirigiéndose a la cocina a tomar un té que le calmara los nervios.
Miró el sobre con el resultado de sus análisis médicos, esa mañana había amanecido tan contenta por su sospecha y luego, lo hubo estado más, cuando recibió la maravillosa noticia. Estaba muy ilusionada al querer compartir la buena nueva con su marido pero ahora no parecía tener sentido.
Al cabo de unos minutos, entre el silencio se coló el