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Dulce como la miel, ácido como un limón.

Dulce como la miel, ácido como un limón.

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Annotation

La misma cafetería. La misma mesa. El mismo pedido. La misma persona lo atendía. Sin embargo, una tarde todo cambió. Eliel era de esas personas habituadas a tener una rutina. Ir a trabajar y luego pasar por su cafetería favorita. Disfrutaba desperdiciar el tiempo bebiendo una taza de té y leyendo un libro. Era su pasatiempo antes de regresar a su casa. Siempre solo, sin que nadie lo molestara, y le encantaba. Pero… Sí, hay un pero… Toda aquella serenidad se hará añicos cuando sea otra persona quien lo atienda y Eliel no está acostumbrado a decir más de dos palabras. En serio, Eliel solo quería disfrutar de su té mientras leía, pero, al parecer, ya no será así. Noam será el encargado de romper su burbuja tranquila. ¿Cómo es que Noam se convirtió en una persona tan… molesta? ¿Por qué a él? Eliel no lo sabe, al menos no al principio. Lo que comienza mal… Acaba, ¿en romance? Dicen que los polos opuestos se atraen, ¿verdad? Bueno, Eliel y Noam están a punto de comprobarlo…

Prefacio.

¿Qué se puede decir o contar sobre su vida? ¿Existe algo especial que lo haga feliz? Posiblemente haya mucho que decir, que contar, y esto se volvería un testamento. Pero esa no es la idea, ¿verdad? No queremos que esta historia sea una biblia (sin ofender a los religiosos). Bueno, esta historia tampoco será narrada desde su primer día en el mundo, ¡sería tedioso hacerlo! Además, cabe la posibilidad que al hacerlo sí se convierta en un testamento y no queremos eso. Oh, tampoco empezaremos a narrar como si fuera un cuento de hadas. ¿Entonces cómo? Hay muchas maneras de contar y narrar una historia, sobre todo como la de él. Y es que es sumamente enrevesado comenzar por una cosa en particular. Todos los detalles son importantes, en serio, pero aquí no estamos tratando con detalles que no son relevantes para llegar al meollo. Queremos saber lo mas importantes, aquellos detalles que, bueno, digamos que son más picantes y entretenidos.

La vida no es color rosa y mucho menos la vida de una persona adulta, de un chico adulto.

A estas alturas quizá ya existan preguntas como, ¿por qué no comienza de una vez? ¿Por qué tanto misterio? ¿Cuál es el propósito de alargar algo? Es que no es sencillo empezar a narrar sucesos que son más que complejos, por decirlo de una manera muy sutil. Como ya se mencionó, la vida de un chico adulto no es color rosa. En realidad, la vida de ninguna persona es de color rosa. Sin embargo, no vamos a narrar la vida de toda la humanidad. Aquí nos centraremos en la vida de algunas personas. En un par de vidas… En una, por ahora…

Allí vamos…

Él tiene una personalidad especial y un carácter algo fuerte. Es tranquilo cuando se siente cómodo y está en confianza. ¿Qué si da miedo? Digamos que hubo momentos en su vida que sí daba esa sensación-sentimiento de miedo, pero ni tanto. Tuvo una infancia feliz, una adolescencia que trajo consigo todo tipo de complicaciones tanto físicas como psíquicas. ¿Y qué adolescente no atraviesa por esas complicaciones? Cualquier adolescente, por supuesto. Pero no ahondemos en detalles que ahora mismo no vienen al caso. Además, ahora él ya es un chico adulto, ¿recuerdan? Y la vida adulta sí tiene muchas complicaciones.

No es fácil atravesar por tantos cambios que vienen arraigados con el arte de crecer y madurar. Dejar de ser ese jovencito que vive en casa de sus padres para ser independiente y salir a la calle, como un todo un hombre, es algo que tiene sus pros y contras. Enfrentarse solo a un mundo desconocido y hacerse alguien dentro de una sociedad cada vez más exigente y… Ya nos estamos desviando de nuevo. El punto aquí es que él ha vivido y experimentado un montón de cosas que lo han hecho ser la persona que es hoy en día. Se ha convertido en una persona que vive en paz consigo misma, que trabaja, que gana su propio dinero, que paga sus propias cuentas. No debe nada a nadie y es, dentro de lo que cabe, feliz.

Tuvo sus tropiezos y caídas. Tuvo malas experiencias. Tuvo amores que no estaban destinados a él. Tuvo vivencias que le enseñaron a ser más cauteloso.

Aprendió, con el paso del tiempo, a ser más reservado con sus cosas, con ciertas cosas. Pero esto no significa que él sea una persona que no está dispuesta a abrir su corazón. En este aspecto, sin embargo, él es mucho más cuidadoso y no dejará que cualquiera vea lo que es él realmente. Y no, no es como si usara una máscara para ocultar su verdadera personalidad… Solo, tiene cuidado y ya. No dejará que cualquiera vea lo que hay dentro de sí. No dejará que cualquiera vea lo que hay dentro de su corazón. No dejará que cualquiera deje una huella dentro de su corazón…

Esto no será complicado de entender una vez las cosas comiencen a desenredarse. Todo tendrá sentido y cada situación tendrá una razón y un por qué. Ah, el arte de producir intriga no es sencillo ni fácil, pero es (cómo decirlo sin que suene mal) emocionante. Causa esa sensación de querer saber qué pasará y eso también es atrayente y algo adictivo.

Así que nada, ya basta de alargar esta cosa que para muchos no tendrá ni son ni ton.

¡Vamos a por ello!

(…)

Siempre ocupaba la misma mesa. La más alejada, en aquel rincón solitario cerca de una de las ventanas. Quizá se había vuelto una rutina, quizá porque de esa manera podía disfrutar de sus dos pasiones: leer y beber un buen té, sin que nada ni nadie lo interrumpiera. Amaba esa hora de serenidad en la cual se perdía dentro de la historia que leía, dejándose llevar por el delirio del autor y aquello era acompañado por su propia imaginación.

Cuando se sumía en la lectura era como si todo lo demás dejaba de existir. Era solo él, la trama de la historia y su numen. Y aquello estaba bien.

La misma rutina acarreaba por casi un año. La misma cafetería, la misma persona lo atendía, la misma frase corta repetía. Y estaba bien. Su vida era sencilla y le gustaba tal como era. Sin embargo, aquella costumbre se hizo trizas cuando ingresó una tarde a la cafetería y otra persona lo atendió. En serio, no estaba acostumbrado a decir más de dos palabras, pero tuvo que hacerlo y no, no porque quisiera, sino porque la persona detrás de la barra no lo conocía y él... mucho menos.

Su rutina cambió desde esa tarde y de eso había pasado dos largos años.

—¿Lo recuerdas? —preguntó alguien.

—Por supuesto que sí —respondió.

¡Bienvenido a Coffee House!

Asintió, conforme con el pedido que había terminado de redactar hace unos segundos. Lo leyó un par de veces más, asegurándose de haber solicitado todo los suministros de oficina y luego lo envió al departamento de ventas, sin omitir una copia a su jefe.

Eliel se desempeñaba como asistente administrativo en una pequeña empresa de ventas de insumos de oficina. La compañía no tenía más de dos años de estar en el mercado y —aunque no contaban con una gran gama de materiales a la venta— en los últimos meses había crecido el número de clientes. Tal vez se debía a la excelencia en calidad de materiales, al trato cordial y a la predisposición de los pocos y muy eficientes empleados que el nivel dentro del mercado había incrementado, atrayendo así a más clientes. No debía ni tenía por qué quejarse; además, por las seis horas de trabajo obtenía un buen sueldo.

Los pedidos llegaban, los filtraba y luego mandaba distintas listas de insumos al departamento de ventas. Una tarea sencil

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