Destinos Cruzados

Desde que somos niñas soñamos con nuestro príncipe azul... bueno, tal vez no con un  príncipe, pero si con un hombre que nos respete, que nos ame, que sea incondicional, que esté a nuestro lado en los momentos felices como en los tristes y difíciles. Que tenga ojos de amor solo para nosotras y que quiera hacer realidad el "Felices para siempre" que desde pequeñitas todas soñamos.

Pero la suerte en el amor es al azar, o como dicen por ahí, es como "Buscar una aguja en un pajal". Muchos lo consiguen desde jóvenes y algo les dice que ese es su verdadero amor.

Otros tras muchos tropiezos y decepciones amorosas les llega el ansiado momento de encontrar a la persona que les provea su lugar feliz.

Y luego...

Luego estoy yo.

Una chica que a la poca edad que tiene creyó encontrar su "Lugar Feliz" o su "Para Siempre".  Que creyó que había encontrado al hombre que la haría la luz de sus ojos, el hombre que la amaría incondicionalmente... Pero no, todo lo que aveces se cree perfecto puede destruirse en un santiamén.

Y es aquí donde  me pregunto.

Que tanta mala suerte tienes que tener para que justo el día de tu boda tu prometido te abandone en el altar y se fugue con la que se supone era tu mejor amiga y dama de honor?

Tal vez suene loco pero a mis 22 años si quería unir mi vida a la del hombre que amaba y que se suponía también me amaba.

Pero al igual que a mis 19 años mi supuesta amiga pasó como un ventarrón llevándose mi felicidad.

Y es qué sí, aunque sea difícil puedes perdonar a alguien una vez después de meterse con tu novio. Puedes perdonar a ese alguien que consideras tu hermana, que se conocen desde el jardín de infancia.

Pero una segunda vez ya no se puede y menos si esa persona con la que se ha metido es el que se suponía que iba a contraer matrimonio contigo.

—Señorita que está haciendo?—pregunto un hombre a mis espaldas

—Déjeme sola!—pedí entre lágrimas

—Señorita esta vez si piensa saltar?— pregunto sentado el piso—Necesito saber para poder llamar a las autoridades.

Así es, me encontraba en el borde del último piso de un edificio en el centro de la ciudad, soy patética lo sé, pero entiendanme el hombre que se iba a convertir en mi esposo se burló de mí en mis narices y con mi propia amiga.

—Señorita Elisa ya bajese de allí— hablo el hombre mientras se paraba de donde estaba sentado—lleva todo el día llorando y diciendo que no quiere vivir sin el tal Oscar.

En serio tan patética me veía en ese momento?

—Es usted una chica joven y guapa de seguro pretendientes no le faltan— decía mientras me tendía la mano para bajar del muro donde estaba subida— vealo por el lado positivo, si hubiera contraído matrimonio con ese hombre seguro le hubiesen visto la cara hasta en su propia habitación.

Que crudo er