
Ante los caprichos de una rubia
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Annotation
Sienna Meyers es la primera chica que es aparentemente fácil de leer y definir. Es rica, superficial, hueca, una chica que no ha conocido negativas o carencias económicas en su vida, y, sobre todo, caprichosa. Y siempre creyó estar bien con eso. Sienna ha crecido como hija única de un matrimonio roto y millonario, siendo la luz de los ojos de su padre y recibiendo la incomprensible indiferencia de su madre. Mientras cursa su ultimo año de preparatoria, se encuentra con que un día su actitud despreocupada y desinhibida provoca que la realidad fácil y cómoda que conocía, de un giro de 360°. Ahora Sienna pasará sus últimos meses de preparatoria en un internado, donde conocerá y aprenderá que existen otras realidades muy diferentes y opuestas a la suya. Durante su travesía, Sienna conocerá la verdadera amistad, la traición, la decepción y el amor. Sienna deberá demostrar porque es más que una rubia caprichosa.
Introducción al caos
—Estoy aburrida —repetí mirando a Pia desde abajo. Ella volvió a sonreír.
Estábamos esperando sentadas en la banca de afuera de la oficina principal mientras el director atendía a otro estudiante. Yo estaba acostada y con la cabeza echada sobre el regazo de Pia mientras ella se tomaba fotos con mi celular.
—No puedo creer que estés tan tranquila, Sienna. Nos enviaron a la dirección. ¿No te preocupa que nos suspendan?
—No me van a suspender solo por eso —aseguré—. Nadie suspende a un estudiante solo por hacerle un comentario a un maestro. Además, ella empezó.
—¿Un comentario, Sisi? Le dijiste a la señorita Rottermeier que su esposo te deseaba.
—No, no, eso no fue lo que yo dije. Ella me dijo que le sorprendía que supiera distinguir entre un trazo y una línea. ¿Quién se cree esa bruja? Yo solo le respondí cortésmente diciéndole que a su esposo se sorprendía más de que supiera tanto de hacerlo llegar al éxtasis en tiempo récord.
Pia estalló en carcajadas al recordar. —Y luego le recordaste, muy educadamente, que ella nunca se casó.
—Ay, tú también te reíste.
—Lo sé, por eso estoy aquí.
Me incorporé y me puse a reparar la sala de espera. Era increíble como ya la conocía tanto. Dudaba que hubiera otro estudiante en la preparatoria que la conociera tanto como yo. Entonces volví a ver a Pia, que se estaba mordiendo el labio. —¿Qué te pasa, Pia?
—Estoy cagada del susto. Mi mamá me va a matar. —Me encogí de hombros y me revolví la melena rubia—. No entiendo como no estás ni un poquito nerviosa.
Apoyé la espalda contra la pared. —Si me meto en problemas, papá cubrirá los daños, expresará lo importante que es para él que su única hija siga estudiando aquí, hará una generosa donación para la escuela, expresaré cuan arrepentida estoy, y voilà.
—¿Qué hay de tu madre?
—Créeme, prefiere tenerme aquí que en casa todo el día.
—No lo sé. No se veía contenta la última vez. Cuando subiste a la azotea, te dijo que no quería otro problema —me recordó—. Y cuando pasó lo de la clase de gimnasia…
—¿Y cuantos problemas ya pasaron desde eso? ¿Tres, cuatro? —Pia levantó los hombros—. Mi madre apenas sí sabe que tiene una hija. No la veo desde el ultimo cumpleaños de papá. Parece que su única familia son los hoteles Meyers.
—Sienna…
—Estoy aburrida —repetí, buscando cambiar el tema—. Hagamos algo divertido mientras sale el director Cox.
Pia me miró con recelo, pero no insistió. —¿Algo como qué, Sienna? Ya estamos metidas en problemas.
Antes de que pudiera contestar, el director Cox salió de la oficina con el rostro congestionado por el enojo. Miró primero a su derecha y luego a su izquierda, topándose con nosotras. —Señorita Roth, venga conmigo.
—¿Y-yo? ¿A dónde?
—Al parecer hay una riña en el baño de las mujeres…
—Qué cool. ¿Puedo ir a ver? —solté. El director Cox me fulminó con la mirada.
—Tú esperas aquí, Sienna. Señorita Roth, acompáñeme —sentenció y desapareció del pasillo.
Pia se volvió hacia mí. —Sienna…
—Estoy bastante estresada. Necesito fumar un rato. —Sus ojos cafés se abrieron de golpe, y yo no pude evitar una risa—. Ni que fuera la primera vez, Pia.
—Sienna, si te descubren, no te servirá para nada el poder de tu papá.
—Si me descubren —repetí, sonriendo maliciosamente—. Por eso tú te encargarás de mantenerlo ocupado unos minutos más.
Pia miró en la dirección que se había ido el señor Cox, luego volvió a mirarme. —Bien. Te llamaré cuando vengamos de regreso.
Me dio mi teléfono y me lo metí en la falda para sentirlo vibrar además de escucharlo. —Eres la mejor.
Me sacó la lengua y se fue corriendo por el pasillo.
Saqué el cigarrillo en cuanto Pia se fue y me senté. En realidad, no tenía ninguna intención de fumar. Hacía tiempo que no tenía ataques de ansiedad, y el cigarrillo últimamente había perdido todo el atractivo para mí. Pero agradecía estar sola.
Pia era mi mejor y única amiga desde hace dos años. Nos habíamos conocido cuando entré a mi ultima y actual preparatoria, el instituto St. Cox, después de mis interminables transferencias de escuela a escuela, fuera por trabajo de mis padres o por mis frecuentes expulsiones. Pero, aunque quería demasiado a Pia, me encantaba mi soledad.
Me puse a reparar el pasillo que ya identificaba plenamente. La pared de espaldas al pasillo era toda de cristal, por lo que se tenía vista directa hacia el patio donde no rondaba ahora ningún estudiantes, pues todos estaban en clases. Las luces del techo eran de un blanco leve. Siempre había odiado las luces amarillas, aunque no sabría explicar por qué.
A mi derecha había una manguera recogida, y a mi izquierda unas flores marchitas en un jarrón muy feo.
Rodé los ojos. No todo el mundo sabía valorar las flores.
Me acerqué a la manguera con la intención de regar las flores. Solo la abriría un poco y les echaría agua a las flores.
Esa era mi intención, lo juro.
Pero en el momento en que toqué la manguera, el agua salió despedida por una presión descomunal que casi me da de lleno en la cara. Sin mentir, eso pudo haberme sacado un ojo. En cambio, el chorro dio en mi estómago y me hizo doblarme en dos.
Toda la manguera se empezó a desenrollarse mientras el agua salía con demasiada fuerza. Saltaba de un lado a otro tratando de que no me diera un golpe fuerte en las piernas, llevándome por delante una buena bocanada de agua que me dio de lleno en la cara y quedé empapada, alcanzando apenas a cerrar los ojos mientras alcanzaba a escuchar cómo se reventaba un vidrio.
En ese momento, sentí el verdadero terror.
El agua salía expulsada a una fuerza de miedo, y la manguera se había desenroscado toda hasta tomar la forma de una serpiente inmensa que se alzaba en toda su forma hasta tocar el techo.
Mierda, mierda, mierda.
Durante un momento no pude hacer otra cosa que mirar, presa del horror, como la manguera atacaba contra las paredes, asestando un golpe, tras otro, tras otro, hasta que el sonido del jarrón estampándose contra el suelo me hizo salir del shock. Di un paso para correr, pero mi pie se deslizó sobre el piso mojado del pasillo y caí de culo. Mis manos llegaban a sumergirse en el agua.
Traté de gatear hacia la serpiente que ahora se alzaba en un espiral inmenso, y un chorro de agua helada me cayó sobre la cabeza como una lluvia de granizo. Cuando levanté la vista, tuve que girar sobre mi costado para evitar un golpe que me habría roto la espalda en dos.
Empezaba a tener miedo. Miedo de verdad.
No podía levantarme del suelo, estaba evitando los golpes de la manguera que parecían ir todos en mi dirección. La manguera volvió a alzarse hacia arriba, recta en toda su altura, y la lluvia cayó en todas las direcciones del pasillo. Bajé la cabeza para que no se me metiera en los ojos o en la nariz, y la sentí caer de golpe con un sonido sordo sobre mi cabeza y la sentí en mi boca.
Entonces un sonido fuerte, agudo, y atemorizante hizo que mis ojos azules se abrieran con temor. El del vidrio rompiéndose. Otra vez, pero con una intensidad mayor.
Pude ver como el cuadro del director Cox estaba en el sueño, siendo tragado por el agua, y los vidrios rotos brillando reflejados contra el agua.
Estaba, por primera vez en mucho tiempo, asustada. Estaba aterrada y angustiada. Todo estaba pasando frente a mis ojos, y aun así no podía dar crédito a todo lo que había ocasionado en menos de diez minutos.
Pero la manguera se elevó más, y acertó tres veces en el techo, destrozando varias luces y trayendo el cielo raso abajo.
Dios, yo también soy tu hija.
Pero podría ir peor. Claro que podría ir peor.
Cuando sentí que ya nada peor podría pasar, me di cuenta de que el universo tiene una deuda pendiente conmigo, porque escuché la única voz que pudo hacer que olvidará el pánico de los desastres en el pasillo y empezara a temer por mí: la voz del director.
Expulsada
El señor Cox estaba en la entrada del pasillo, con los ojos desorbitados por la incredulidad, y a su espalda estaba Pia, con la boca abierta de sorpresa y siguiendo el movimiento de la manguera con los ojos.
El señor Cox salió corriendo, no hacia la manguera, sino hacia el estante en que había estado enrollada, y giró un pequeño, pero, al parecer, duro grifo. Antes de que la manguera diera su ultima estocada hacia mi y para la cual ya me había preparado cubriendo mi cabeza con los brazos, la llave se cerró y la manguera cayó inofensiva.
Lento, muy lento, como si quisiera que fuera una ilusión, bajé los brazos, esperando ver el pasillo vacío y que la manguera solo se hubiera apagado porque la serpiente estaba cansada.
Claramente no pasó eso.
El señor Cox me miró agitado y empepado con la mano aun sosteniendo el grifo. —¿Algo que decir en su defensa, señorita Meyers?
Me tragué el nudo en la garganta antes de contestar. —Yo solo quería regar las flores.